martes, 20 de diciembre de 2011

G U L A

 La indigestión es la encargada de predicar la moral al estómago
Víctor Hugo


Tengo frío en los pies y la sensación de haber comido demasiado. Esa sensación que aletarga y retrasa el pensamiento porque las ideas no llegan cuando las pienso. Pasan primero por mi estómago, que repleto, les pide que tomen una ficha y hagan cola para exponer o solicitar lo que quieren.

Las pobres ideas, que en esencia viven de prisa, no tienen más alternativa que sentarse en la antesala entre el esófago y la boca del estómago, mientras escuchan la música ambiental que irrigan los jugos gástricos y contemplan el cúmulo de porquerías que ingerí hace unas cuantas horas.

Aburridas en medio del vaivén digestivo, mutan, intercambian sentido y juegan a ser ocurrencias. Aquel chispazo para conseguir dinero se convierte en un canto religioso, la solución a todos mis problemas la encuentro mientras mi perro ladra, vuelo y me ausento aunque siga sentada.

Las ideas que aparecieron como el pensamiento mejor pensado se van al caño por culpa de un sistema digestivo perezoso, que abatido por la ingesta desmedida se pone en paro en el peor momento.

Cinco horas después me atasco de nuevo, remilgo de mi falta de ideas y eructo la nada. ctor Hugo﷽ el inicio de un cuento juega a que es un adornol peor momento.
o por culpa de un sistema digestivo perezosos o peor dctor Hugo﷽ el inicio de un cuento juega a que es un adornol peor momento.
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miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Puente





Hoy les comparto el video de una nueva campaña de lectura de Gandhi, una lectura fragmentada en una de las líneas del metro.

Para los que no conocen el cuento, se los leo, se trata de El Puente de Franz Kafka. (Es la primera vez que subo un enlace de audio así que les agradezco que si tienen problemas para escucharlo me digan).

Nos leemos, cj


La imagen es de una carta que le envió Van Gogh al pintor Èmile Bernard en 1887.

martes, 6 de diciembre de 2011

Si no hay lectura, ni el copete ayuda...



El lector también escribe el libro cuando el sentido penetra en él, cuando lo interroga.
José Saramago

¿Qué tipo de lector es aquél que titubea al hablar de lectura, aquél que pierde las palabras, desentona y se descompone por completo al tratar de hilar una frase?. Si algo posibilita la lectura es el dialogo, el hablar con fuerza y empatía sobre el deleite que suscitan las palabras.

Citar tres libros con sus respectivos autores puede o no ser cosa fácil para un lector. Explicar el por qué de la elección, interpelar con la mirada a quién pregunta, paladear el por qué adoramos un libro o lo aborrecemos, merodear en el olvido que acarrean algunas lecturas, la delicia de perder el nombre del autor porque lo hicimos tan nuestro. Quién lee se atreve sin pena a decir que le es imposible hacer una lista de sus libros favoritos porque hay tantos y tan distintos que se pueden nombrar, quién lee no es estático ni pasivo ante una pregunta que tiene que ver con la lectura, quién lee narra una historia no balbucea.

Al caricaturizado copetón se le cayó el teatrito, no porque no recordó libros que seguramente nunca ha tenido en sus manos, tampoco porque le falló la memoria o no citó a los autores apropiados. Se despeinó en público al mostrarse ignorante, falto de imaginación, astucia, lenguaje y lectura.

Nos sorprende porque es peor lector de lo que ya lo catalogábamos, nos fascina ver como sin guión no queda más que un pobre muñequito de aparador que asustado, implora un poquito de compasión y empatía por parte de su audiencia.

Si el incidente ocurrido en la FIL tiene o tuvo una razón de ser se verá a futuro. Miles de mexicanos gozamos al ver la lista de frases jocosas que hacen burla del político de pacotilla que quieren imponernos. Una vez  más la creatividad y el ácido sentido del humor de la nación circulan a diestra y siniestra por el país. Ojalá y todo los que nos sentimos orgullosos lectores veamos más allá del ridículo acontecimiento. Ojalá que la burla sirva para crear nuevas y profundas campañas de lectura, para reflexionar sobre lo que hacemos con lo que leemos y la fuerza y el dialogo que pueden resultar de alguien que si es lector, ojalá y después de reírnos a carcajadas volvamos a pensar en la importancia de la educación para sacar al país de la porquería en la que se encuentra.


No estamos salvados, la memoria es frágil y éste es sólo el principio del circo electoral que se avecina.

Me despido como inicié con las palabras de un escritor que fue lector, ciudadano y un ágil y perspicaz orador, nos leemos. cj

El drama no es que la gente tenga opiniones, sino que las tenga sin saber de qué habla.

Creo que, más allá de la función que deba o no tener el libro, lo que más se necesita en estos tiempos es que los ciudadanos nos reclamemos la función de pensar.

Lo peor que puede pasarnos es resignarnos a no saber. Hay que aprender a volver a decir que no, y a preguntarse por qué, para qué y para quién. Si encontráramos respuestas a estas preguntas, a lo mejor entenderíamos el mundo.

Las palabras que usamos con mayor o menor porcentaje, cantidad o frecuencia acaban trazando un retrato de nosotros mismos.

Al poder, no le pido nada porque nunca da nada. Al poder hay que arrancarle el poder, reducirlo, porque no necesita ser absoluto para corromper absolutamente.

Todas las citas son del libro José Saramago EN SUS PALABRAS, publicado por Alfaguara en agosto de 2010.

jueves, 1 de diciembre de 2011

FIL Parte 2 / Otra vez el mismo cuento

Mis crónicas de la FIL serán más escuetas de lo que pensaba, aún así les cumplo con un pequeño reporte:

Sábado
Por la mañana se inauguro la FIL, yo visité sus pasillos hasta en la tarde, me sorprendió ver el reciento ferial menos saturado que en otros años. Entré directo a FIL niños porque mi hija de un año nueve meses me acompañaba.

La idea era asistir al concierto de Luis Delgadillo y los Keliguanes así que llegamos  con tiempo  al concierto que estaba programado para las 7 y empezó al menos quince minutos después. Muy poca gente hacía fila y muy poca gente pudo disfrutar del excelente concierto. ¡Una lástima que se desperdicien estos espacios!

Recorrí los pasillos de FIL niños con el ojo entrenado de quién ha participado antes en este tipo de eventos. Me compadecí de los talleristas y me decepcioné de la ambientación pues me pareció una copia mediocre de lo que han presentado en otros años.

Por primera vez caí en cuenta de algo que me parece terrible: no hay talleres de lectura para la primera infancia, es decir para pequeños de 0 a 3 años. Sé que pensaran que estoy delirando y que no hay nada que estos pequeños puedan hacer. A lo que sin pensarlo dos veces les contesto, que si hay una edad para enamorarse ciega y locamente de los libros y la lectura es cuando por primera vez se observa el mundo.

Mi hija contempló extasiada un taller en el que les contaban a niños de entre siete y nueve años de edad uno de sus cuentos favoritos: Olivia del escritor estadounidense Ian Falconer. Yo por otra parte me enfurecí al observar una Olivia mal hecha y constatar que el cuento se utilizaba como parte del taller de educación financiera patrocinado por Banamex.

No me detuve a ver con minucia el resto de los talleres, me bastó la escasa creatividad en sus descripciones y la falta de nuevos cuentos y personajes (aunque la idea este año es retomar 25 buenas historias, creo que no salieron de los lugares comunes en LIJ) para reforzar algo que creo desde hace mucho: FIL niños hace de todo menos incitar a la lectura.

Y es que cuando es la manualidad, el regalito o la propaganda lo que rige un taller la lectura tristemente se olvida…

Después de FIL niños caminé un rato por el resto de la feria. Vi a Elena Poniatowska firmando autógrafos, revisé de pasada la oferta editorial del Fondo de Cultura Económica y salive como perro al ver los nuevos libros de Anagrama que ofrece Colofón.

El pabellón de Alemania me gustó muchísimo, las lucecitas colgando en círculo, los árboles de formas irregulares, la cabina para leer en voz alta, todo me pareció hermoso. Salí poco después de las ocho y por primera vez en no sé cuantas visitas a la FIL no había tráfico.

Domingo
Visita relámpago. Hay más gente pero se puede caminar sin tumultos. Mientras veía libros con mi hija en el stand del FCE,  a pocos metros de donde me encontraba la gente se amontonaba por ver a alguien, cuando me levanté para ver lo que pasaba pude observar al orgulloso y ensimismado Premionobeldeliteratura Mario Vargas Llosa. Tengo que admitir que yo de inmediato me acerqué, luego me quede rumiando algunas preguntas: ¿por qué el trato de celebridad? (un cúmulo de guaruras lo seguía a dónde iba), ¿por qué aunque no es de mis favoritos, la implacable curiosidad que devoraba sus movimientos?, ¿es un buen escritor un referente sobre la lectura?. … Después del FCE dimos una vuelta por el área internacional, en donde entre porras y gritos celebraban a Fernando Savater.

Salimos cansados y contentos. Otra vez esquivamos el tráfico.

Lunes
Mi hija y yo llegamos a la FIL poco antes de las cinco, queríamos ver de nuevo la presentación de Luis Delgadillo pero al parecer me equivoqué al leer el programa y a esa hora había una presentación de títeres en la que no duramos más de diez minutos pues a mi hija le asustaron.

Presenciamos la salida de los grupos escolares de FIL niños; el desorden, los gritos y el menosprecio por lo que habían hecho minutos antes en los talleres (los basureros y el piso daban cuenta de las pobres manualidades olvidadas).

Recorrimos de volada el área general, saludamos al simpático Marcelino Cereijido que más tarde presentó su nuevo libro “Hacía una teoría general sobre los hijos de puta”.

Antes de salir vi a Cristina Pacheco sentada en la Editorial ERA esperando al incansable José Emilio Pacheco, que sonriente firmaba la nueva y hermosa edición de  Las Batallas en el Desierto.

En fin… seguiré en cuanto vuelva a la FIL.

Nos leemos, cj

lunes, 28 de noviembre de 2011

FIL



Empezó la FIL y hacer cualquier otra actividad durante el día me hace sentir intranquila. Aunque no compraré nada este año, desearía poder vagar por horas por los pasillos de libros y perseguir como espía secreta a escritores y demás celebridades literarias. 

El mundo debería detenerse durante unos cuantos días para reconciliar a la humanidad a través de la lectura.

Siempre me he sentido segura cuando estoy rodeada de libros, no solo lo que esconden dentro me resulta atractivo. Sí, es el lenguaje, las palabras y esas voces de antaño, de ayer, de hoy o de mañana las que acaban por conquistarme. Pero la luz de las portadas, el color de las solapas y la fuerza con la que los libros se muestran ante el mundo, es la que me hace empezar a quererlos. Soy cursi y me enamoro a primera vista.

Si tan solo fuera posible inyectarle a otros mi amor por la lectura, mi gusto perpetuo por el sonido de las palabras y el crujir de las hojas cuando van pasando. No hay ojos más hermosos que aquellos que se detienen a leer un poema, ni manos más tersas que las que cuentan un cuento, no hay voz más deliciosa que aquella que entona una historia o deshilvana el dialogo de algún personaje.

Yo leo para no estar sola, me cobijo de libros para paliar el dolor del mundo y aventar lejos tanta vileza. Me escondo en las letras para guardar mi ansiedad y reír a carcajadas.

Los libros, las ferias y los escritores no son todo, ni son perfectos, hay burocracias, consumo y porquerías disfrazadas de buenas lecturas. La idea siempre será mirar más allá de las estanterías. Buscar la voz oculta, el guiño de vida y la suavidad de una dulce conversación.

Trataré de escribir pequeñas crónicas sobre la FIL para aquellos que sé les gustaría rondar los pasillos de la feria junto conmigo. Nos leemos, cj

martes, 18 de octubre de 2011

El aprendizaje amoroso


No es un secreto que yo estoy perdidamente enamorada de la Literatura Infantil y Juvenil, los buenos libros para niños y jóvenes son una forma de literatura tan pura y sensible que me resultan adictivos. Sus imágenes, colores y palabras a menudo danzan en mis pensamientos y van transformando mis días.

Un libro que no me canso de leer, releer y mirar con todo cuidado es “El aprendizaje amoroso”, escrito por  Laëtitia Bourget e ilustrado por Emmanuelle Houdart, publicado en español por el Fondo de Cultura Económica en 2005.

Es un libro que cuenta una historia de amor. Un cuento más allá de las historias rosas y perfectas, pues los protagonistas deben de aprender a quererse a pesar de sus defectos y lo que no les gusta del otro.

Un álbum repleto de ilustraciones transgresoras e inusuales, que cuentan junto con las palabras y retan al lector a deleitarse en las minucias de los trazos.

Hoy como experimento no les dejo palabras de la historia, les dejo la historia completa, en un video que me parece bien logrado, pues la lectura es clara y sin pretensiones y se pueden apreciar fácilmente las ilustraciones. Nos leemos, cj


lunes, 26 de septiembre de 2011

Motolinia

Si hablaran esas escaleras, esas rejas y esos balcones. Contarían las historias que se han quedado tatuadas en nuestro ser. Somos esos recuerdos que nos unen en los escalones. Esas amistades que nos hicieron llorar y los noviazgos que casi no nos atrevemos a recordar.

Cada escalón fue testigo de los cientos de calcetas enrolladas y dobladas que transgredían las instrucciones eternas de las monjas también eternas. Vieron pasar las modas que deformaban el uniforme y nos hacían sentir que nos veíamos mejor que nunca; los pants doblados hasta las rodillas, o tan pegados que parecían mallas, las playeras largas por debajo de la camisa, las camisetas descocidas los suéteres agarrados a nuestra cintura, simulando los abrazos que nos prohibían y a los niños que se llevaban a jugar a otra parte.

Arriba de las escaleras. En el puñado oculto de otras escaleras, pasábamos el recreo, deshilvanando las que serán por siempre las pláticas más interesantes de la vida, recorriendo quereres y analizando rivales; entre molletes con mostaza, paletas de cajeta, cacahuates, chocolates que hacían las veces de monedas cuando no había cambio y el olor del recreo mezclado con el del baño de niños.

En ese patio que ahora me parece más pequeño, jugábamos a ser deportistas, malabaristas y buscadoras de tesoros. Lo que ahí veíamos podía hacernos o deshacernos el día. Los sábados ese lugar gastado era el paraíso, por la tarde todavía se escuchaban las risas.

Pocas cosas me han resultado tan interesantes a la distancia como el tiempo que pasé encerrada entre el marco de la ventana y la reja del patio. ¿qué pensaba mientras me cocinaba atrapada allá afuera? ¿mientras evadía a toda costa una clase?. No pensaba. Sentía el día, el sol, la prohibición absolutamente infantil y el gozo de hacer lo que se me pegaba la gana. Del otro lado tenían clase, yo victoriosa me derretía.

Extraña mezcla de sensaciones al observar una fotografía. Sin quererlo me descubro presa de una melancolía que dormía sin tregua. Extraño esa escuela, mi adolescencia, la sentencia de “Dios te ve” muy por encima de los baños de niñas, la ausencia de espejos y nuestro reflejo en los cristales. La fuente y sus moscos. Mis mochilas, la banda de guerra que siempre fue más un motivo de amores que de guerra.

Nunca seremos tan libres como en la adolescencia, esa adolescencia en la que no se necesitaba mucho para gozar o para sufrir, esa que ahora nos parece un espejismo y nos hace escribir desparramando miel. Esa que ojalá podamos heredar y contagiarle a todos los que se han olvidado de vivirla.

Estas palabras las detonó la fotografía que ilustra la entrada. El patio de secundaria. Gracias Ale por compartir la foto. Nos leemos, cj.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Para recordarte

Hace ocho años se murió mi hermano y fue algo inesperado, rasposo, amargo y lacerante. Porque la muerte duele y nos mueve el falso piso en el que a diario nos sentimos seguros. Porque el olvido es lento y el recuerdo y el amor que le teníamos sigue habitando nuestro cuerpo y nuestra vida y de repente sacudirse a alguien cuesta más trabajo que escalar la montaña más alta o imaginar que la vida sigue.

Hace ocho años la vida era el infierno, los días grises, largos, eternos. Cada paso era de hierro, pesado, cansado, titánico. Seguíamos despertando porque había que hacerlo, no teníamos opción. A nosotros nos tocó vivir, nos quedamos sin querer, pero nos quedamos.

Un día de repente salió el sol y nos sentimos más cálidos, gozamos del aire y del cielo azul. El gris de nuestra vida no se había ido, pero entre las lunas grises se asomaba un destello de vida, de otra cosa que no era la muerte el duelo y el corazón adolorido.

Arrancamos junto con las hojas del calendario, nuestro amor hacía el que partió primero, entre llantos, berridos y mocos, encontrábamos la certeza de tenernos, el aplomo para seguir y la dicha de estar juntos. Los días no pasaban rápido, la vida se hacía lenta, pausada, a cuenta gotas.

En el silencio de los abrazos, de los gritos de furia y pena compartimos el hueco, la ausencia que había que llenar y el recuerdo que quedaría tatuado.

Pasó el primer año, 365 días sin él pero con él, porque no dejamos de mencionarlo, lo hicimos un santo, el mejor cómico un filántropo por naturaleza,  genio, atleta y casi artista. Así se deforman los recuerdos.

La muerte de alguien querido casi siempre duele en oleadas, primero nos adormece, luego no petrifica por instantes y sacude nuestras entrañas. El resto del tiempo lo pasamos recomponiendo nuestro ser, cuidando lo que nos queda y esperando que el dolor deje de doler.

En ocho años la vida ha cambiado mucho, sé que ahora mi hermano disfrutaría lo nuevo que hay en nuestras vidas, se quejaría del tráfico, de los políticos y de nuestras exageraciones. Comería carne a destajo, escucharía música, jugaría futbol y  soltaría efervescentes carcajadas en momentos inoportunos. El resto de su vida no me atrevo a inventarla, porque se fue joven y para nosotros siempre tendrá veinte años.

En ocho años nuestra vida ha cambiado mucho. A los días de la mirada perdida le siguió una agresión desmedida, los reclamos, la furia y lo irremediable de la muerte. La tentación de dejarse ir era la única certeza. Hay muertos vivos que ni siquiera se dan cuenta del estado en el que deambulan.

Después del principio decidimos vivir, seguimos queriéndonos y reanudamos la carrera, la fuerza del cuerpo irrigó de nuevo el sentimiento. Reír otra vez tenía sentido y cantar era una alternativa. Nuevos amores atravesaron nuestras defensas y anidaron en la familia. Abrimos puertas para pensar, crear y entender. Recibimos las estaciones y las despedimos, mi hermano se convirtió en un árbol, la estrella más brillante y un evento afortunado en la rutina del día a día. Nos vaciamos de él para seguir viviendo y recordarlo como era.

Después de la muerte hay calma, silencio y la oportunidad de volver a empezar. Después de ocho años sé que no sería lo que soy sin la experiencia vivida, el recuerdo y el amor que compartimos me hacen ser y seguir haciéndome.


El diez de septiembre de 2003 se murió mi hermano menor; leer, escribir y seguir amando fueron mis asideros para no perderme, hoy les comparto este pequeño texto personal nos leemos, cj.


viernes, 5 de agosto de 2011

Las palabras


El tiempo junto con sus días se me escurre y he dejado hambriento a este pobre Caleidoscopio, no por ausencia de lectura pues he rondado de nuevo las librerías y a diario me codeo con mis viejos libros. La escritura es la que se me fuga, la descubro calmada, apacible y sonriente pero en cuanto me acerco a ella, brinca, corre y me avienta una sonrisa…

El hecho es que no he tenido más palabras que las del día a día, palabras gastadas que me sirven de sazón al preparar la comida, palabras arrugadas para doblar junto con la ropa limpia, palabras polvosas que se dejan seducir en esta época de lluvias, palabras nuevas que nacen y encuentran entre tanto balbuceo un acierto de significado.

Junto con la claridad del cielo recogeré, reordenaré y volveré a compartir nuevas lecturas. Seguiré platicando por que no hay más paz que la que engendra el dialogo.

Por los pronto los dejo con el rozagante y hermoso texto de Pablo Neruda en torno a la palabra, es de sus memorias Confieso que he vivido, un libro para leer mientras cae la lluvia y llenarse de la calidez de este señor que fue poeta. Nos leemos, cj

…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

Pablo Neruda
Confieso que he vivido

miércoles, 6 de julio de 2011

Mal de escuela


Mamá por favor, fírmame las calificaciones ¿si?, ándale porfa, te prometo que el próximo mes me irá mejor. Lo que pasa es que este mes estuvo muy complicado,  ya sabes que a la maestra de química le caigo mal, que el de español es medio intransigente y el de civismo solo quiere que copiemos del pizarrón y no nos hace pensar. Además he estado medio cansada y triste, en mi bolita de amigas todo está raro y estar en tercero de secundaria es muy difícil, tienes que empezar a pensar en la prepa y luego en la universidad y pues todo eso me distrae de los estudios y con toda la tarea que nos dejan acabo agotada y sin fuerzas para estudiar bien para los exámenes…

El cuento anterior lo podría ampliar al infinito y seguiría sin ser cierto y sin decir mucho, pero prometo que en su momento llegué a pronunciarlo, con toda la frustración y el enojo que se acumula en los malos estudiantes, sabiendo de antemano que la culpa era mía y no tendría porque estar inventando todo eso, convencida de que el próximo mes las cosas serían distintas, prometiéndome una y mil veces que sería más estudiosa, responsable y ordenada en mis quehaceres escolares. Por supuesto, todas promesas vacías pues una vez firmada la boleta, el problema desaparecía y aunque me quedaba el cargo de consciencia, poco a poco sentía como se atenuaba hasta perderse en espera de las siguientes notas.

Fui una mala estudiante, no la peor ni de las más burras pero si mediocre y floja. Siempre tuve la sensación de que lo podía hacer mejor y la frustración de no saber cómo. La escuela me aburría, los profesores me aburrían, nada de lo que me interesaba parecía habitar las aulas de todos esos años.

Siempre que he sido maestra me he topado con estudiantes que son como yo fui, a veces quiero sacudirlos y hacerles ver que el tiempo que pierden lo echaran de menos, otras me hacen voltear a verme y cuestionar qué es lo que hago que despierto su apatía, casi siempre me hacen volver a pensar en todo lo que significa la escuela.

Pennac y sus palabras

Daniel Pennac es un escritor francés, se hizo famoso por la saga de novela negra que gira en torno a la familia Malaussène  (que confieso no he leído), y luego por un hermosísimo texto llamado Como una novela, que habla sobre la lectura.

En 2010 Random House Mondadori publicó en el sello Debolsillo su último ensayo Mal de escuela, un texto que habla sobre los malos estudiantes y la problemática que aqueja a las escuelas. Palabras que danzan entre la autobiografía, la reflexión y la observación minuciosa de un hombre sensible e interesado en entender lo que sucede con las experiencias educativas fallidas.

Les dejo como ya es costumbre una probadita de Mal de escuela. Nos leemos. cj

La idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete como al alumno más normal: el que justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la necesidad misma de aprender. Ahora bien, no es así. Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno considerado normal  es el alumno que menos resistencia opone a la enseñanza, el que nunca dudaría de nuestro saber y no pondría a prueba nuestra competencia, un alumno conquistado de antemano, dotado de una comprensión inmediata, que nos ahorraría la búsqueda de vías de acceso a su comprensión, un alumno naturalmente habitado por la necesidad de aprender, que deja de ser un chiquillo turbulento o un adolescente problemático durante nuestra hora de clase, un alumno convencido desde la cuna de que es preciso contener los propios apetitos y las propias emociones con el ejercicio de la razón si no se quiere vivir en una jungla de depredadores, un alumno seguro de que la vida intelectual es una fuente de placeres que pueden variar hasta el infinito, refinarse extremadamente, cuando la mayoría de nuestros restantes placeres están condenados a la monotonía de la repetición o al desgaste del cuerpo, en resumen, un alumno que habría comprendido que el saber es la única solución: solución para la esclavitud en la que nos mantendría la ignorancia y único consuelo para nuestra ontológica soledad.



jueves, 16 de junio de 2011

La mujer temblorosa


Al fondo de mi consciencia, del espacio en el que me muevo dentro de lo conocido y cómodo existe un pasaje secreto en el que también soy yo a pesar de no entenderme.

En este túnel escenifico mis miedos y angustias exacerbo cada milímetro de la vida que vivo y construyo un futuro extraño. Hay días que escribo aquí escondida, disfrutando en la memoria el olor de las plantas y lo que recuerdo del sonido de una cascada.

Aquí no hay nada, no hay vida ni objetos, no hay cuerpos. Solo existe el pasado y el instinto. Aquí se fraguan los deseos que van labrando nuestra vida. Aquí nos consume lo que no nos atrevemos a ser. Es el depósito de lo que transparentamos  para poder ser amados…

Es increíblemente complejo nuestro psiquismo, funcionamos en varios frentes al mismo tiempo y nunca por completo dueños de nuestra consciencia. A pesar de que han pasado muchos años desde que Freud teorizó sobre el inconsciente seguimos sin interesarnos en él.

Siri Hustvedt una sensible e inteligente escritora norteamericana, viaja a través de la historia de la teoría psicoanalítica y los más recientes estudios de neurología y psiquiatría en busca de una causa que le ayude a entender unos temblores fortísimos que le sobrevienen en diversas ocasiones.

Su ensayo La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (The Shaking Woman or a History of My Nerves) publicado en español por Anagrama en 2010, es una delicia para el lector interesado en temas relacionados con la psique y las enfermedades mentales.

La autora nos cuenta cada detalle del camino que recorre a partir de los temblores que la aquejan por primera vez mientras hablaba en un homenaje que le hacían a su padre recién fallecido. Su estilo es dulce y firme, a pesar de que narra una experiencia personal, no compromete su prosa ni es condescendiente con el lector.

Es un texto completo, profundo y necesario. Nos ayuda a conocer un poco más del caos en el que se gestan las enfermedades mentales y la forma poco ética e injustificada con la que se asignan padecimientos mentales y se prescriben fármacos para los mismos.

Una probadita para los interesados:

La lectura de aquellas líneas me sorprendió. Me preguntaba si no me habría sucedido lo mismo.  ¿No debería haber llorado más por alguien a quien yo había amado tanto? Muchos meses después de su muerte yo continuaba soñando que mi padre seguía vivo. Estaba equivocada, mi padre no había muerto…

…tomé la pastilla y leí en público sin temblar pero sintiendo unas vibraciones dentro del cuerpo durante todo el acto, un hormigueo eléctrico que me recorría brazos y piernas. Era como temblar sin temblar. Mientras leía me regañaba para mis adentros, repitiéndome: “Asúmelo. Tú eres así. ¡Asúmelo!” Por supuesto que el hecho de que me dirigiera a mí misma en segunda persona ya indica la escisión que había tenido lugar en mí: una desazonadora sensación de que había dos Siris en lugar de una. Pero a esas alturas yo estaba agotada de viajar de ciudad en ciudad, de dar entrevistas y charlas todos los días, de la incesante ansiedad que me provocaban los temblores y de exhibir públicamente aspectos muy profundos de mi vida íntima a través de la lectura de un libro que había nacido de la muerte de mi padre. Una solución farmacológica podía inhibir el problema exterior, pero no resolvía el problema. No me aclaraba que me había sucedido.


Nos leemos, cj

martes, 7 de junio de 2011

El corazón y la botella



La literatura Infantil y Juvenil será siempre parte del menú de Caleidoscopio de Lecturas y Lectores. Hoy empiezo con uno de mis libros favoritos: El corazón y la botella de Oliver Jeffers publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2010.

Oliver Jeffers deslumbra a sus lectores en el libro El corazón y la botella. Este artista plástico, que siempre se pensó músico y llegó a la escritura e ilustración de libros casi por casualidad y ha publicado títulos cómo; El increíble niño come libros y Perdido y encontrado, nos presenta un cuento lleno de lecturas y matices, cargado de sentimiento y como ya es característico en la obra de Jeffers ante todo sincero.

El cuento, que pronto se convertirá en película y es también una hermosa aplicación para IPad, narra la historia de una niña  pequeña que brilla por sus ganas de conocer e interrogar el mundo, ese mundo que no deja de asombrarla y maravillarla, un mundo que descubre cada día de la mano y a través de la mirada atenta de un adulto. La obra no especifica si quien acompaña y descubre junto con la niña es su papá, abuelo o tío, lo único que se revela es que es un hombre que está muy cerca de ella. Hasta el día en el que no está, en el que su sillón se encuentra vació, el mundo se vuelve gris y el corazón duele tanto que es preferible sacarlo y llevarlo en una botella. El corazón en la botella no duele, no se lastima y la vida parece tranquila, pero también monótona y poco emocionante. La niña que ya creció recuerda lo emocionante que era la vida y decide sacar el corazón de la botella, no es fácil pero encuentra la mejor forma de hacerlo y regresa el corazón al lugar que le corresponde.

Dibujos y palabras danzan para entretejer una historia que deleita por su fuerza. Junto con la protagonista del cuento sentimos el vacío y la falta de ganas por seguir conociendo cuando la perdida duele más que la curiosidad, las imágenes iluminan y detallan la narrativa que en momentos omite palabras para que los colores y trazos cuenten su parte de la historia.

Jeffers que además de ilustrar y escribir para niños es un reconocido artísta plástico, confiesa que sus libros tienen que pasar por los niños antes de darlos por terminados, porque son los que saben y a quiénes van dirigidas las historias, El corazón y la botella, es un libro difícil porque no cuenta la clásica historia feliz, es un libro profundo, una metáfora de lo que significa perder a un ser amado y tener que seguir viviendo, un tema al que muchos escritores infantiles prefieren darle la vuelta, pero que bien vale la pena tratar y que en este cuento se trata con inteligencia y creatividad.

El corazón y la botella es un libro para leerse muchas veces, para detenerse en los dibujos y encontrar los guiños de ternura y realidad que el autor suelta para el lector atento, un cuento real que atrapa la atención y el sentimiento de chicos y grandes. cj

viernes, 3 de junio de 2011

¡Qué puntualidad!


Ojalá y todas las instituciones de nuestro país fueran tan puntuales como el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco (CECA) quien ayer me cerró la puerta en la cara y me dejo furiosa y con todos mis papelitos en las manos.

Eran las 4:02, lo sé porque a las 3:53 llamé desde Federalismo para decir que iba de camino a entregar mi propuesta para participar en la convocatoria CECA 2011, un joven amablemente me dijo –si alcanza, hay mucha gente y nos iremos más tarde-.

Después de 45 minutos de camino, con un sol que te va despedazando el pellejo y adormeciendo las neuronas. Llegué. El tiempo que tarde en caminar a la puerta bastó para que decidieran que ya era hora de cerrar.

Un guardia feliz de actuar como capataz se planto frente a la puerta para comunicarnos la noticia: -ya nadie pasa-. A lo que un puñado de aspirantes a la beca contestamos alarmados –pero ¿por qué?- el calor la prisa y la frustración invadía el lugar, a las 4:20 ya éramos casi diez personas las que esperábamos detrás de las ventanas con la ilusión de que alguien nos dijera si nos atenderían o no.

Antes de las cuatro y media apareció una mujer de vestido rojo que se veía cansada y harta de tener que estar atendiendo gente, sin vernos nos dijo –ya nadie va a entrar, la convocatoria cerraba a las cuatro y ya no es hora, si los dejo entrar no será justo para los que llegaron a tiempo y pierde sentido que exista una convocatoria-

Estoy de acuerdo. Hay que ser puntuales y tenemos que aprender a cumplir tiempos y formas, pero dentro de las oficinas muchos de los que si alcanzaron a entregar todavía llenaban papeles y acomodaban la documentación que entregarían.

Espere un rato, escuchando las mentadas de madre de algunos, las suplicas de otros y el recuento de lo que habían hecho e invertido para a fin de cuentas no poder participar. No abrieron (al menos mientras yo estuve ahí) y poco a poco fuimos desalojando el área. Claro, no sin antes recibir la mirada condescendiente pero triunfal de aquellos que si entregaron.

Despejado el coraje, la impotencia y las ganas de agarrar a golpes al pequeño soldadito (que en cuanto le dan algo de poder te trata como perro de pelea) y a la señorita que lo único que quería era largarse a su casa y olvidarse de la jornada del día. Sigo abrumada por el asunto.

Sí, caímos en el lugar común, entregando al último el día en que cerraba la convocatoria. La cuestión a fin de cuentas no tiene que ver con que no acepten las propuestas, tiene que ver con la actitud prepotente y altiva de los servidores públicos que atendían a los participantes, tiene que ver con la forma en la que se anula el dialogo y se ejerce la autoridad. cj 

lunes, 30 de mayo de 2011

Leo

Leo porque no soy buena para cantar, bailar o pintar cuadros. Leo para provocarme. Las palabras me parecen dóciles a pesar de su rebeldía y constante choque con lo que me invento que soy. Me encuentro y pierdo en la lectura y me he formado en los libros más que en cualquier institución.

Mis padres son buenos lectores pero no se aferraron conscientemente a transmitirnos el gusto por la lectura, yo leía los libros que me regalaban o encontraba desparramados en las esquinas del departamento en el que vivíamos. Habitábamos una ciudad monstruo la imposibilidad de salir a jugar a la calle me hizo encontrar en los libros los juegos a los que no tenía acceso. Crecí leyendo cuentos e historietas.

Me hice una lectora voraz, cuando nos mudamos a una ciudad más pequeña. En donde a pesar de tener jardín y juegos de calle me sentía extraviada. La soledad del cambio me hizo leer, escaparme en las historias de otros.

No fui la mejor estudiante, me costó mucho trabajo darme cuenta de que no sabía leer. No sabía leer los textos escolares ni la mente de mis profesores, no entendía de donde teníamos que sacar las respuestas a los exámenes o las ideas para elaborar un ensayo. Para consolarme de mi ineptitud frente a la lectura escolar, leía novelas y poesía. Nunca durante ese periodo fui consciente de mi ambivalencia frente a la lectura. Para mí eran dos actividades diferentes, imposibles de empatar o interpelar. Una era la lectura impuesta y hecha para responder preguntas, la otra mi guarida secreta.

Me apasiona leer en voz alta, encuentro en la voz la esencia humana y en las lecturas hechas con sentimiento el acto amoroso por excelencia. 

Me hice maestra para poder leer, escribir y contar cuentos. 

He aprendido a ser una lectora voluntariosa, leo de todo y en desorden, si el libro no me seduce lo dejo para después, siempre tengo varios libros empezados y uno que cómo talismán va conmigo a todas partes, no importa si encuentro tiempo para leerlo o no, el saberlo en mi bolsa me tranquiliza. Leo mucho sobre psicoanálisis por trabajo, gusto y en revancha por las malas lecturas universitarias. Leo novelas, poesía, ensayo y cuentos infantiles, me cuesta trabajo leer teatro. Alterno entre autores clásicos y contemporáneos pero siempre vuelvo a unos cuantos que se han vuelto entrañables.

Estoy segura de que es a través de la lectura como podemos garantizar que la infancia no se pierda y la adolescencia se respete.

A diario constato que no hay malos lectores, sino lectores sin descubrir o la oportunidad de serlo. cj

viernes, 27 de mayo de 2011

Las Cosas


He decidido llevar todo lo que poseo debajo de las uñas. Hice acopio de fuerzas y me deshice de lo que no necesitaba. Me sorprendí al ver que lo indispensable no va en cajas ni maletas.

Acumulamos como roedores, nos hundimos en medio de objetos innecesarios. Tengo más zapatos, plumas, cobijas y ganchos de los que necesito.
También tengo muchos libros pero a esos no he aprendido a no necesitarlos.

Alguna vez escuché a un gran maestro decir que era un crimen hacerse de una biblioteca privada. Lo es. Pero no sé cómo no ser culpable. Para no sentirme tan mal pienso cada vez más en compartir mis libros, en prestarlos y sacarlos sin tanto recelo. Un libro cabe en los lugares menos pensados y una lectura se puede compartir con quién menos imaginamos.

Deberíamos intercambiar más y tener menos. La simpleza de la nada, el vacío, me parece tan bello como el ritmo acelerado de un corazón vivo. Eso que no vemos es lo que coleccionaré: paisajes, recuerdos, amigos, colores, juegos y todo aquello que pueda poner debajo de mis uñas. Que como regla siempre van cortas.

Después de este pequeño monólogo me atrevo a platicarles sobre un libro que me parece excepcional, se llama Las Cosas y es del escritor francés Georges Perec, quién perteneció al mítico grupo del Oulipo (Taller de Literatura Potencial).

Las Cosas está publicado en español por la editorial Anagrama y narra la historia de Silvie y Jérome, dos jóvenes obsesionados por los objetos que tienen y los que desean.  Es de una actualidad apabullante a pesar de que fue escrito en 1965.

Les dejo un pequeño pasaje para que se les antoje:

Su gusto se formó lentamente, más firme, más ponderado. Sus deseos tuvieron tiempo de madurar; su avidez se hizo menos rabiosa. Cuando, paseando por las afueras de París, se detenían en las tiendas de anticuarios de los pueblos, ya no se precipitaban hacia los platos de loza, las sillas de iglesia, las bombonas de vidrio soplado, los candelabros de cobre. Es cierto que había aún, en la imagen algo estática que tenían de la casa modelo, del confort perfecto, de la vida feliz, mucha ingenuidad, mucha complacencia: les gustaban con intensidad aquellos objetos que sólo el gusto del día pretendía bellos: aquellas falsas estampas de Epinal, aquellos grabados a la inglesa, aquellas ágatas, aquellos vidrios ahilados, aquellas chucherías neobárbaras, aquellos trastos paracientíficos, que en muy poco tiempo encontrarían en los escaparates de la calle Jacob, de la calle Visconti. Soñaban aún con poseerlos; habrían satisfecho aquella necesidad inmediata, evidente, de estar al día, de pasar por entendidos.



 Nos leemos, cj.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Sueño

¡Se acabó! Tuvo que ser hoy porque prolongar las despedidas las hace más amargas. Así que hice acopio de las fuerzas que me quedan y me despedí del programa de radio, con la certeza de que nada es definitivo y algo nuevo llegará, con el gusto del trabajo compartido y la complicidad de mis colegas y buenas amigas.

Y unas horas más tarde me encuentro tranquila, pienso y trato de sentir, busco dentro de mí todo aquello que no atino a nombrar por falta de claridad y el caos que implica una mudanza.

Como tantas veces mis ojos se detienen en el marco de una ventana, intentan transgredir el espacio y salir volando, encontrar alternativas  y un país un poco más humano. Pero luchar es cansado y la música que arrulla a mi hija me adormece.

Entonces sueño. Que la vida no duele tanto. Que es posible un mundo en el que la educación sea uno de nuestros objetivos principales. Que los niños tendrán un lugar digno para crecer y convertirse en adultos. Que hay espacios para jugar y detenerse en la mirada del otro. Que todo caleidoscopio es un reflejo de lo que somos y seremos. Que las palabras alcanzarán y recobrarán su significado. cj  

lunes, 23 de mayo de 2011

¡Bienvenidos!

El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje. José Saramago

Tomo las palabras de mi querido José Saramago para iniciar este nuevo viaje, porque no quiero dejar de recorrer el mundo a través de las palabras. El primer viaje ha sido un recorrido insólito una odisea llena de aventuras, en la que conocí la lectura a través de otro medio: la radio. Me enamore por completo de los micrófonos, audífonos y la posibilidad de contar más allá de las certezas.

Caleidoscopio siempre será el programa de radio, ese que inició con mi falta de aliento y la prisa porque los minutos pasarán, ese que poco a poco fue tomando forma y que nació y creció gracias a la visión de personas interesadas, de corazón, en transformar más allá de los discursos oficiales y las burocracias institucionales.

Lamentablemente la ceguera y falta de compromiso social que esta a pedir de boca en nuestro país, dificultan técnicamente que siga con el programa radiofónico.

Por fortuna las palabras no me dejan y encuentro otra balsa para seguir mi viaje. 

Un viaje para hablar de libros, pensar en lo leído, descubrir otras palabras y aventurar las propias.

Sean pues bienvenidos a este nuevo Caleidoscopio de Lecturas y Lectores. cj