miércoles, 6 de julio de 2011

Mal de escuela


Mamá por favor, fírmame las calificaciones ¿si?, ándale porfa, te prometo que el próximo mes me irá mejor. Lo que pasa es que este mes estuvo muy complicado,  ya sabes que a la maestra de química le caigo mal, que el de español es medio intransigente y el de civismo solo quiere que copiemos del pizarrón y no nos hace pensar. Además he estado medio cansada y triste, en mi bolita de amigas todo está raro y estar en tercero de secundaria es muy difícil, tienes que empezar a pensar en la prepa y luego en la universidad y pues todo eso me distrae de los estudios y con toda la tarea que nos dejan acabo agotada y sin fuerzas para estudiar bien para los exámenes…

El cuento anterior lo podría ampliar al infinito y seguiría sin ser cierto y sin decir mucho, pero prometo que en su momento llegué a pronunciarlo, con toda la frustración y el enojo que se acumula en los malos estudiantes, sabiendo de antemano que la culpa era mía y no tendría porque estar inventando todo eso, convencida de que el próximo mes las cosas serían distintas, prometiéndome una y mil veces que sería más estudiosa, responsable y ordenada en mis quehaceres escolares. Por supuesto, todas promesas vacías pues una vez firmada la boleta, el problema desaparecía y aunque me quedaba el cargo de consciencia, poco a poco sentía como se atenuaba hasta perderse en espera de las siguientes notas.

Fui una mala estudiante, no la peor ni de las más burras pero si mediocre y floja. Siempre tuve la sensación de que lo podía hacer mejor y la frustración de no saber cómo. La escuela me aburría, los profesores me aburrían, nada de lo que me interesaba parecía habitar las aulas de todos esos años.

Siempre que he sido maestra me he topado con estudiantes que son como yo fui, a veces quiero sacudirlos y hacerles ver que el tiempo que pierden lo echaran de menos, otras me hacen voltear a verme y cuestionar qué es lo que hago que despierto su apatía, casi siempre me hacen volver a pensar en todo lo que significa la escuela.

Pennac y sus palabras

Daniel Pennac es un escritor francés, se hizo famoso por la saga de novela negra que gira en torno a la familia Malaussène  (que confieso no he leído), y luego por un hermosísimo texto llamado Como una novela, que habla sobre la lectura.

En 2010 Random House Mondadori publicó en el sello Debolsillo su último ensayo Mal de escuela, un texto que habla sobre los malos estudiantes y la problemática que aqueja a las escuelas. Palabras que danzan entre la autobiografía, la reflexión y la observación minuciosa de un hombre sensible e interesado en entender lo que sucede con las experiencias educativas fallidas.

Les dejo como ya es costumbre una probadita de Mal de escuela. Nos leemos. cj

La idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete como al alumno más normal: el que justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la necesidad misma de aprender. Ahora bien, no es así. Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno considerado normal  es el alumno que menos resistencia opone a la enseñanza, el que nunca dudaría de nuestro saber y no pondría a prueba nuestra competencia, un alumno conquistado de antemano, dotado de una comprensión inmediata, que nos ahorraría la búsqueda de vías de acceso a su comprensión, un alumno naturalmente habitado por la necesidad de aprender, que deja de ser un chiquillo turbulento o un adolescente problemático durante nuestra hora de clase, un alumno convencido desde la cuna de que es preciso contener los propios apetitos y las propias emociones con el ejercicio de la razón si no se quiere vivir en una jungla de depredadores, un alumno seguro de que la vida intelectual es una fuente de placeres que pueden variar hasta el infinito, refinarse extremadamente, cuando la mayoría de nuestros restantes placeres están condenados a la monotonía de la repetición o al desgaste del cuerpo, en resumen, un alumno que habría comprendido que el saber es la única solución: solución para la esclavitud en la que nos mantendría la ignorancia y único consuelo para nuestra ontológica soledad.