jueves, 16 de junio de 2011

La mujer temblorosa


Al fondo de mi consciencia, del espacio en el que me muevo dentro de lo conocido y cómodo existe un pasaje secreto en el que también soy yo a pesar de no entenderme.

En este túnel escenifico mis miedos y angustias exacerbo cada milímetro de la vida que vivo y construyo un futuro extraño. Hay días que escribo aquí escondida, disfrutando en la memoria el olor de las plantas y lo que recuerdo del sonido de una cascada.

Aquí no hay nada, no hay vida ni objetos, no hay cuerpos. Solo existe el pasado y el instinto. Aquí se fraguan los deseos que van labrando nuestra vida. Aquí nos consume lo que no nos atrevemos a ser. Es el depósito de lo que transparentamos  para poder ser amados…

Es increíblemente complejo nuestro psiquismo, funcionamos en varios frentes al mismo tiempo y nunca por completo dueños de nuestra consciencia. A pesar de que han pasado muchos años desde que Freud teorizó sobre el inconsciente seguimos sin interesarnos en él.

Siri Hustvedt una sensible e inteligente escritora norteamericana, viaja a través de la historia de la teoría psicoanalítica y los más recientes estudios de neurología y psiquiatría en busca de una causa que le ayude a entender unos temblores fortísimos que le sobrevienen en diversas ocasiones.

Su ensayo La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (The Shaking Woman or a History of My Nerves) publicado en español por Anagrama en 2010, es una delicia para el lector interesado en temas relacionados con la psique y las enfermedades mentales.

La autora nos cuenta cada detalle del camino que recorre a partir de los temblores que la aquejan por primera vez mientras hablaba en un homenaje que le hacían a su padre recién fallecido. Su estilo es dulce y firme, a pesar de que narra una experiencia personal, no compromete su prosa ni es condescendiente con el lector.

Es un texto completo, profundo y necesario. Nos ayuda a conocer un poco más del caos en el que se gestan las enfermedades mentales y la forma poco ética e injustificada con la que se asignan padecimientos mentales y se prescriben fármacos para los mismos.

Una probadita para los interesados:

La lectura de aquellas líneas me sorprendió. Me preguntaba si no me habría sucedido lo mismo.  ¿No debería haber llorado más por alguien a quien yo había amado tanto? Muchos meses después de su muerte yo continuaba soñando que mi padre seguía vivo. Estaba equivocada, mi padre no había muerto…

…tomé la pastilla y leí en público sin temblar pero sintiendo unas vibraciones dentro del cuerpo durante todo el acto, un hormigueo eléctrico que me recorría brazos y piernas. Era como temblar sin temblar. Mientras leía me regañaba para mis adentros, repitiéndome: “Asúmelo. Tú eres así. ¡Asúmelo!” Por supuesto que el hecho de que me dirigiera a mí misma en segunda persona ya indica la escisión que había tenido lugar en mí: una desazonadora sensación de que había dos Siris en lugar de una. Pero a esas alturas yo estaba agotada de viajar de ciudad en ciudad, de dar entrevistas y charlas todos los días, de la incesante ansiedad que me provocaban los temblores y de exhibir públicamente aspectos muy profundos de mi vida íntima a través de la lectura de un libro que había nacido de la muerte de mi padre. Una solución farmacológica podía inhibir el problema exterior, pero no resolvía el problema. No me aclaraba que me había sucedido.


Nos leemos, cj

martes, 7 de junio de 2011

El corazón y la botella



La literatura Infantil y Juvenil será siempre parte del menú de Caleidoscopio de Lecturas y Lectores. Hoy empiezo con uno de mis libros favoritos: El corazón y la botella de Oliver Jeffers publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2010.

Oliver Jeffers deslumbra a sus lectores en el libro El corazón y la botella. Este artista plástico, que siempre se pensó músico y llegó a la escritura e ilustración de libros casi por casualidad y ha publicado títulos cómo; El increíble niño come libros y Perdido y encontrado, nos presenta un cuento lleno de lecturas y matices, cargado de sentimiento y como ya es característico en la obra de Jeffers ante todo sincero.

El cuento, que pronto se convertirá en película y es también una hermosa aplicación para IPad, narra la historia de una niña  pequeña que brilla por sus ganas de conocer e interrogar el mundo, ese mundo que no deja de asombrarla y maravillarla, un mundo que descubre cada día de la mano y a través de la mirada atenta de un adulto. La obra no especifica si quien acompaña y descubre junto con la niña es su papá, abuelo o tío, lo único que se revela es que es un hombre que está muy cerca de ella. Hasta el día en el que no está, en el que su sillón se encuentra vació, el mundo se vuelve gris y el corazón duele tanto que es preferible sacarlo y llevarlo en una botella. El corazón en la botella no duele, no se lastima y la vida parece tranquila, pero también monótona y poco emocionante. La niña que ya creció recuerda lo emocionante que era la vida y decide sacar el corazón de la botella, no es fácil pero encuentra la mejor forma de hacerlo y regresa el corazón al lugar que le corresponde.

Dibujos y palabras danzan para entretejer una historia que deleita por su fuerza. Junto con la protagonista del cuento sentimos el vacío y la falta de ganas por seguir conociendo cuando la perdida duele más que la curiosidad, las imágenes iluminan y detallan la narrativa que en momentos omite palabras para que los colores y trazos cuenten su parte de la historia.

Jeffers que además de ilustrar y escribir para niños es un reconocido artísta plástico, confiesa que sus libros tienen que pasar por los niños antes de darlos por terminados, porque son los que saben y a quiénes van dirigidas las historias, El corazón y la botella, es un libro difícil porque no cuenta la clásica historia feliz, es un libro profundo, una metáfora de lo que significa perder a un ser amado y tener que seguir viviendo, un tema al que muchos escritores infantiles prefieren darle la vuelta, pero que bien vale la pena tratar y que en este cuento se trata con inteligencia y creatividad.

El corazón y la botella es un libro para leerse muchas veces, para detenerse en los dibujos y encontrar los guiños de ternura y realidad que el autor suelta para el lector atento, un cuento real que atrapa la atención y el sentimiento de chicos y grandes. cj

viernes, 3 de junio de 2011

¡Qué puntualidad!


Ojalá y todas las instituciones de nuestro país fueran tan puntuales como el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco (CECA) quien ayer me cerró la puerta en la cara y me dejo furiosa y con todos mis papelitos en las manos.

Eran las 4:02, lo sé porque a las 3:53 llamé desde Federalismo para decir que iba de camino a entregar mi propuesta para participar en la convocatoria CECA 2011, un joven amablemente me dijo –si alcanza, hay mucha gente y nos iremos más tarde-.

Después de 45 minutos de camino, con un sol que te va despedazando el pellejo y adormeciendo las neuronas. Llegué. El tiempo que tarde en caminar a la puerta bastó para que decidieran que ya era hora de cerrar.

Un guardia feliz de actuar como capataz se planto frente a la puerta para comunicarnos la noticia: -ya nadie pasa-. A lo que un puñado de aspirantes a la beca contestamos alarmados –pero ¿por qué?- el calor la prisa y la frustración invadía el lugar, a las 4:20 ya éramos casi diez personas las que esperábamos detrás de las ventanas con la ilusión de que alguien nos dijera si nos atenderían o no.

Antes de las cuatro y media apareció una mujer de vestido rojo que se veía cansada y harta de tener que estar atendiendo gente, sin vernos nos dijo –ya nadie va a entrar, la convocatoria cerraba a las cuatro y ya no es hora, si los dejo entrar no será justo para los que llegaron a tiempo y pierde sentido que exista una convocatoria-

Estoy de acuerdo. Hay que ser puntuales y tenemos que aprender a cumplir tiempos y formas, pero dentro de las oficinas muchos de los que si alcanzaron a entregar todavía llenaban papeles y acomodaban la documentación que entregarían.

Espere un rato, escuchando las mentadas de madre de algunos, las suplicas de otros y el recuento de lo que habían hecho e invertido para a fin de cuentas no poder participar. No abrieron (al menos mientras yo estuve ahí) y poco a poco fuimos desalojando el área. Claro, no sin antes recibir la mirada condescendiente pero triunfal de aquellos que si entregaron.

Despejado el coraje, la impotencia y las ganas de agarrar a golpes al pequeño soldadito (que en cuanto le dan algo de poder te trata como perro de pelea) y a la señorita que lo único que quería era largarse a su casa y olvidarse de la jornada del día. Sigo abrumada por el asunto.

Sí, caímos en el lugar común, entregando al último el día en que cerraba la convocatoria. La cuestión a fin de cuentas no tiene que ver con que no acepten las propuestas, tiene que ver con la actitud prepotente y altiva de los servidores públicos que atendían a los participantes, tiene que ver con la forma en la que se anula el dialogo y se ejerce la autoridad. cj