lunes, 30 de mayo de 2011

Leo

Leo porque no soy buena para cantar, bailar o pintar cuadros. Leo para provocarme. Las palabras me parecen dóciles a pesar de su rebeldía y constante choque con lo que me invento que soy. Me encuentro y pierdo en la lectura y me he formado en los libros más que en cualquier institución.

Mis padres son buenos lectores pero no se aferraron conscientemente a transmitirnos el gusto por la lectura, yo leía los libros que me regalaban o encontraba desparramados en las esquinas del departamento en el que vivíamos. Habitábamos una ciudad monstruo la imposibilidad de salir a jugar a la calle me hizo encontrar en los libros los juegos a los que no tenía acceso. Crecí leyendo cuentos e historietas.

Me hice una lectora voraz, cuando nos mudamos a una ciudad más pequeña. En donde a pesar de tener jardín y juegos de calle me sentía extraviada. La soledad del cambio me hizo leer, escaparme en las historias de otros.

No fui la mejor estudiante, me costó mucho trabajo darme cuenta de que no sabía leer. No sabía leer los textos escolares ni la mente de mis profesores, no entendía de donde teníamos que sacar las respuestas a los exámenes o las ideas para elaborar un ensayo. Para consolarme de mi ineptitud frente a la lectura escolar, leía novelas y poesía. Nunca durante ese periodo fui consciente de mi ambivalencia frente a la lectura. Para mí eran dos actividades diferentes, imposibles de empatar o interpelar. Una era la lectura impuesta y hecha para responder preguntas, la otra mi guarida secreta.

Me apasiona leer en voz alta, encuentro en la voz la esencia humana y en las lecturas hechas con sentimiento el acto amoroso por excelencia. 

Me hice maestra para poder leer, escribir y contar cuentos. 

He aprendido a ser una lectora voluntariosa, leo de todo y en desorden, si el libro no me seduce lo dejo para después, siempre tengo varios libros empezados y uno que cómo talismán va conmigo a todas partes, no importa si encuentro tiempo para leerlo o no, el saberlo en mi bolsa me tranquiliza. Leo mucho sobre psicoanálisis por trabajo, gusto y en revancha por las malas lecturas universitarias. Leo novelas, poesía, ensayo y cuentos infantiles, me cuesta trabajo leer teatro. Alterno entre autores clásicos y contemporáneos pero siempre vuelvo a unos cuantos que se han vuelto entrañables.

Estoy segura de que es a través de la lectura como podemos garantizar que la infancia no se pierda y la adolescencia se respete.

A diario constato que no hay malos lectores, sino lectores sin descubrir o la oportunidad de serlo. cj

viernes, 27 de mayo de 2011

Las Cosas


He decidido llevar todo lo que poseo debajo de las uñas. Hice acopio de fuerzas y me deshice de lo que no necesitaba. Me sorprendí al ver que lo indispensable no va en cajas ni maletas.

Acumulamos como roedores, nos hundimos en medio de objetos innecesarios. Tengo más zapatos, plumas, cobijas y ganchos de los que necesito.
También tengo muchos libros pero a esos no he aprendido a no necesitarlos.

Alguna vez escuché a un gran maestro decir que era un crimen hacerse de una biblioteca privada. Lo es. Pero no sé cómo no ser culpable. Para no sentirme tan mal pienso cada vez más en compartir mis libros, en prestarlos y sacarlos sin tanto recelo. Un libro cabe en los lugares menos pensados y una lectura se puede compartir con quién menos imaginamos.

Deberíamos intercambiar más y tener menos. La simpleza de la nada, el vacío, me parece tan bello como el ritmo acelerado de un corazón vivo. Eso que no vemos es lo que coleccionaré: paisajes, recuerdos, amigos, colores, juegos y todo aquello que pueda poner debajo de mis uñas. Que como regla siempre van cortas.

Después de este pequeño monólogo me atrevo a platicarles sobre un libro que me parece excepcional, se llama Las Cosas y es del escritor francés Georges Perec, quién perteneció al mítico grupo del Oulipo (Taller de Literatura Potencial).

Las Cosas está publicado en español por la editorial Anagrama y narra la historia de Silvie y Jérome, dos jóvenes obsesionados por los objetos que tienen y los que desean.  Es de una actualidad apabullante a pesar de que fue escrito en 1965.

Les dejo un pequeño pasaje para que se les antoje:

Su gusto se formó lentamente, más firme, más ponderado. Sus deseos tuvieron tiempo de madurar; su avidez se hizo menos rabiosa. Cuando, paseando por las afueras de París, se detenían en las tiendas de anticuarios de los pueblos, ya no se precipitaban hacia los platos de loza, las sillas de iglesia, las bombonas de vidrio soplado, los candelabros de cobre. Es cierto que había aún, en la imagen algo estática que tenían de la casa modelo, del confort perfecto, de la vida feliz, mucha ingenuidad, mucha complacencia: les gustaban con intensidad aquellos objetos que sólo el gusto del día pretendía bellos: aquellas falsas estampas de Epinal, aquellos grabados a la inglesa, aquellas ágatas, aquellos vidrios ahilados, aquellas chucherías neobárbaras, aquellos trastos paracientíficos, que en muy poco tiempo encontrarían en los escaparates de la calle Jacob, de la calle Visconti. Soñaban aún con poseerlos; habrían satisfecho aquella necesidad inmediata, evidente, de estar al día, de pasar por entendidos.



 Nos leemos, cj.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Sueño

¡Se acabó! Tuvo que ser hoy porque prolongar las despedidas las hace más amargas. Así que hice acopio de las fuerzas que me quedan y me despedí del programa de radio, con la certeza de que nada es definitivo y algo nuevo llegará, con el gusto del trabajo compartido y la complicidad de mis colegas y buenas amigas.

Y unas horas más tarde me encuentro tranquila, pienso y trato de sentir, busco dentro de mí todo aquello que no atino a nombrar por falta de claridad y el caos que implica una mudanza.

Como tantas veces mis ojos se detienen en el marco de una ventana, intentan transgredir el espacio y salir volando, encontrar alternativas  y un país un poco más humano. Pero luchar es cansado y la música que arrulla a mi hija me adormece.

Entonces sueño. Que la vida no duele tanto. Que es posible un mundo en el que la educación sea uno de nuestros objetivos principales. Que los niños tendrán un lugar digno para crecer y convertirse en adultos. Que hay espacios para jugar y detenerse en la mirada del otro. Que todo caleidoscopio es un reflejo de lo que somos y seremos. Que las palabras alcanzarán y recobrarán su significado. cj  

lunes, 23 de mayo de 2011

¡Bienvenidos!

El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje. José Saramago

Tomo las palabras de mi querido José Saramago para iniciar este nuevo viaje, porque no quiero dejar de recorrer el mundo a través de las palabras. El primer viaje ha sido un recorrido insólito una odisea llena de aventuras, en la que conocí la lectura a través de otro medio: la radio. Me enamore por completo de los micrófonos, audífonos y la posibilidad de contar más allá de las certezas.

Caleidoscopio siempre será el programa de radio, ese que inició con mi falta de aliento y la prisa porque los minutos pasarán, ese que poco a poco fue tomando forma y que nació y creció gracias a la visión de personas interesadas, de corazón, en transformar más allá de los discursos oficiales y las burocracias institucionales.

Lamentablemente la ceguera y falta de compromiso social que esta a pedir de boca en nuestro país, dificultan técnicamente que siga con el programa radiofónico.

Por fortuna las palabras no me dejan y encuentro otra balsa para seguir mi viaje. 

Un viaje para hablar de libros, pensar en lo leído, descubrir otras palabras y aventurar las propias.

Sean pues bienvenidos a este nuevo Caleidoscopio de Lecturas y Lectores. cj