He decidido llevar todo lo que poseo debajo de las uñas. Hice acopio de fuerzas y me deshice de lo que no necesitaba. Me sorprendí al ver que lo indispensable no va en cajas ni maletas.
Acumulamos como roedores, nos hundimos en medio de objetos innecesarios. Tengo más zapatos, plumas, cobijas y ganchos de los que necesito.
También tengo muchos libros pero a esos no he aprendido a no necesitarlos.
Alguna vez escuché a un gran maestro decir que era un crimen hacerse de una biblioteca privada. Lo es. Pero no sé cómo no ser culpable. Para no sentirme tan mal pienso cada vez más en compartir mis libros, en prestarlos y sacarlos sin tanto recelo. Un libro cabe en los lugares menos pensados y una lectura se puede compartir con quién menos imaginamos.
Deberíamos intercambiar más y tener menos. La simpleza de la nada, el vacío, me parece tan bello como el ritmo acelerado de un corazón vivo. Eso que no vemos es lo que coleccionaré: paisajes, recuerdos, amigos, colores, juegos y todo aquello que pueda poner debajo de mis uñas. Que como regla siempre van cortas.
Después de este pequeño monólogo me atrevo a platicarles sobre un libro que me parece excepcional, se llama Las Cosas y es del escritor francés Georges Perec, quién perteneció al mítico grupo del Oulipo (Taller de Literatura Potencial).
Las Cosas está publicado en español por la editorial Anagrama y narra la historia de Silvie y Jérome, dos jóvenes obsesionados por los objetos que tienen y los que desean. Es de una actualidad apabullante a pesar de que fue escrito en 1965.
Les dejo un pequeño pasaje para que se les antoje:
Su gusto se formó lentamente, más firme, más ponderado. Sus deseos tuvieron tiempo de madurar; su avidez se hizo menos rabiosa. Cuando, paseando por las afueras de París, se detenían en las tiendas de anticuarios de los pueblos, ya no se precipitaban hacia los platos de loza, las sillas de iglesia, las bombonas de vidrio soplado, los candelabros de cobre. Es cierto que había aún, en la imagen algo estática que tenían de la casa modelo, del confort perfecto, de la vida feliz, mucha ingenuidad, mucha complacencia: les gustaban con intensidad aquellos objetos que sólo el gusto del día pretendía bellos: aquellas falsas estampas de Epinal, aquellos grabados a la inglesa, aquellas ágatas, aquellos vidrios ahilados, aquellas chucherías neobárbaras, aquellos trastos paracientíficos, que en muy poco tiempo encontrarían en los escaparates de la calle Jacob, de la calle Visconti. Soñaban aún con poseerlos; habrían satisfecho aquella necesidad inmediata, evidente, de estar al día, de pasar por entendidos.
Nos leemos, cj.
2 comentarios:
Qué razón tienes al decir que acumulamos más de lo necesario, y sin embargo lo hacemos muchas veces sin pensar, sin darnos cuenta que en verdad lo que más valor tiene es lo que llevamos dentro! Las alegrías, los recuerdos, y las vivencias en las que los objetos son casi siempre irrelevantes.
Trataré de seguir ese consejo, aunque por lo pronto, me confieso un poco culpable y quisiera conseguir ese libro …
Muy cierto Carol, pero ya verás( como yo también me di cuenta con la movida a México y de regreso) que hay muy pocas "cosas" que valen la pena guardar: Las cartas de tus seres queridos, los primeros dibujos de tus hijos, etc. De resto todo lo demás es sobrecargo!
Aunque me cuesta mucho deshacerme de mis libros favoritos!
Tendré que buscar el libro que recomiendas.
Publicar un comentario