Hace algunas semanas vi por primera vez The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore, la animación me llegó por suerte y empecé a ver el video sin saber que esperar (todavía no ganaba el Oscar y estaba envestido de ese dorado tan molesto).
La música, los colores y la armonía con la que se cuenta la historia se me fue pegando, cada imagen me remitía a algún recuerdo, deseaba sumergirme en el video y volar junto con los libros, quería llorar y obligar a todos mis conocidos a ver esos quince minutos de magia y sentir lo que yo sentía.
La historia no ha dejado de sorprenderme, no importa cuantas veces la vea, siempre termino con una mezcla de sentimientos difícil de explicar. Al principió pensé que mi sentir tenía que ver con los libros; con su vida, muerte y significado a nivel social. ¡Claro la belleza de los libros como objeto, el poder de sus historias, la maravilla del texto y la renovación siempre inminente de cada lectura!
La explicación que me inventé tenía lógica pero no era acertada, hoy sé que la animación me conmueve por la astucia y sensibilidad con la que presentan al lector. Es un reflejo profundo de lo que implica la lectura como estilo de vida. El lector que encarna Mr. Morris es un lector sin tregua, que vive de sus lecturas, que construye y rehace el texto, que al leer escribe y dialoga con esos otros que dejaron sus pensamientos tiempo atrás.
Mr. Morris encuentra el pulso en las lecturas que parecen ya no ser vigentes, danza extasiado con personajes entrañables y sufre ante la carencia de palabras y el desgaste del lenguaje, su mirada se cansa pero no ceja en el esfuerzo, es joven a pesar de la vejez, el tiempo y el final de su propia historia.
Mr. Morris es la voz que de niños nos enamoró de las historias, la figura del lector que consideramos entrañable, las manos voraces de lectores que leen mientras nosotros observamos, es la cara que nos contagió el vicio y nuestro reflejo al terminar un libro que nos roba el habla. Es sin duda un artista de la lectura.
Nos leemos, cj